lunes, 19 de enero de 2009

Recuerdos del pasado



Se detuvo vacilante en la bifurcación del camino y se tomó su tiempo para decidir cuál sería la ruta apropiada que debía seguir. Aquí no había carteles indicadores y un poco más adelante cualquiera de las sendas comenzaba a introducirse entre el abigarrado follaje que pugnaba por recuperar el terreno perdido en alguna oportunidad no muy lejana.

El caminante se sentó cansadamente sobre un tronco caído y luego de beber un poco de agua, dejó que su vista se perdiera entre aquel oleaje verde y oloroso donde la magnanimidad de la naturaleza le ofrecía el cálido remanso de sus hijos. Esta comunión con los sentidos aunaban al hombre con el medio que lo rodeaba en un rito antiguo, sublime, donde una cascada de sentimientos fluía incesante desde sus entrañas e inundaba el éter con las cálidas vibraciones de su frescura.

Desde la Madre Tierra se elevó un hálito mineral y profundo sacudiendo las fibras interiores de aquel cuerpo cansado y encendiendo la chispa eterna de la creación que se manifestaba por doquier en la plenitud de aquel paisaje virgen, mientras la tarde ocultaba su esfera radiante tras el verde cortinado de los árboles.

Al hombre le parecía mentira que estuviera allí con un propósito tan manifiestamente opuesto a la canalización de sus propios deseos. Pero era su trabajo. La compañía constructora, ese monstruo gigantesco cuyos innumerables brazos hacían y deshacían según contaran sus intereses, no había vacilado en ordenar el aniquilamiento del ecosistema para poner en marcha el proyecto de construir sobre la futura tumba natural, los cimientos de una gran autopista a través de la cual se comunicarían las más importantes ciudades del país. Un gran adelanto, decían. Una gran ventaja, se ahorraría tiempo y se ganaría dinero...

Y lo habían enviado a él y a su equipo para evaluar los terrenos, para determinar posiciones, para calcular distancias entre titánicas columnas de hormigón y para darse cuenta que irremediablemente iba a ser parte de una destrucción indiscriminada y materialista donde la naturaleza quedaría relegada a un espacio aéreo vacío y gris.

El hombre se sintió culpable aunque no era más que un ínfimo engranaje de aquella máquina infernal llamada progreso. Hubiera querido marcharse de allí para no tener que cumplir con su cometido, o quedarse para seguir disfrutando de esa porción del Edén, pero como no podía hacer ambas cosas al mismo tiempo, un cúmulo de sentimientos comenzó a ahogarlo y veló sus ojos en el crepúsculo de estío que estaba a punto de ser mancillado por las absurdas estadísticas que escupían las computadoras sin cesar.

Se levantó sin ganas y decidió volver sobre sus pasos para reunirse con sus compañeros. No miró hacia atrás. Decidió llevar grabada en su memoria la magnífica postal que mañana sería un recuerdo del pasado.

4 comentarios:

Charly T. dijo...

Una vez más tus escritos pintan con los colores de la lírica, desde el amor más puro hasta la realidad más cruel. Un lujo. Besos.

roxana dijo...

Somos partecillas de mundos que no queremos y que nos meten, dificil salir! pero es mejor tratar de no entrar! Un gusto en leerte. Abrazo
Roxana

Liliana G. dijo...

Roxi, no había vuelto a pasar por aquí. No quiero dejar de agradecerte tu visita y tus palabras.
Un cariño.

Liliana G. dijo...

Lo mismo te digo Charly, muchas gracias por tu comentario.
Besos.