martes, 6 de enero de 2009

Y fui tierra


Desde adentro de las casas escuché en silencio el llanto desesperado de los trigales que se ahogaban entre las nubes de tierra seca que ya no alimentaban las raíces mustias en sus entrañas.

Escuché a los árboles desprenderse de sus hojas y a los pájaros huir de los polvorientos nidos. Escuché a las flores silvestres cuando se marchitaban en los bordes del camino y a la hierba que se calcinaba tapizando de ocre el campo triste, que de a poco, estaba muriendo. Quise compartir la esperanza de los ciegos y salí a caminar entre aquellos senderos que se habían borrado cansados de esperar que alguna huella marcara sus sinuosas curvas minerales y ahora recibían mis pasos con la dureza del que no se da por vencido.

Caminé en línea recta casi dos horas al cabo de las cuales me encontré nada más que entre el cielo y la tierra. Allí alcé los brazos en un primigenio gesto de plegaria y el viento se llevó mis oraciones a los confines del horizonte, allí donde el alambrado de púas le arrancaba un ramillete de sangre al magistral ocaso, susurrándole al sol que el hombre le pedía una tregua que le permitiera salvar su cosecha.

Al fin alguien escuchó mis lamentos. ¿Dios? ¿El viento? ¿Los espíritus antiguos de la Madre Tierra, o simplemente eran los ecos de mi corazón palpitante que atronaban el espacio desierto?
Un silbido agudo rompió la calma elevando el polvo hacia las alturas mientras los trigales, mis trigales, comenzaban la danza desenfrenada de las tormentas justo cuando las primeras gotas espesas arrancaban al suelo el acre vaho de la tierra húmeda.

¡Oh, la delicia de los sueños platinados con los espejos de la lluvia! ¡La nutriente salvadora de los fecundos vergeles de mi patria!
El gris plomizo del cielo resultó la cuna de los anhelos más profundos de mis trigales que recibían, como un elixir de gloria, el agua que se escurría de a poco hacia sus raíces sedientas, aquellas raíces que casi habían perdido sus esperanzas.

Y allí, en medio del prodigio divino, salpicada de barro, con las briznas de hierba pegadas al cuerpo, lloré... y mis lágrimas se unieron a aquel universo de gotas, arrastrando la gratitud de mis ancestros hasta el vientre palpitante de mi tierra.

2 comentarios:

Baci dijo...

la lluvia nunca nos abandona pero si las raíces pierden las esperanzas se hace desear para recordarnos que la esperanza nunca se pierde... la lluvia siempre llega y nos da su bendición, la lluvia es la esperanza...

gracias Liliana!
baci

Charly T. dijo...

Este cuento es una prosa poética donde las imágenes nos abarcan todos los sentidos y nos gratifican.
Besos.